En los primeros años de nuestra vida, nuestra meta es ir adquiriendo “autonomía” que nos permita construir y desarmar nuestro “espacio individual”, al cual iremos confrontando con el entorno, obteniendo así las claves para ir desplegando nuestro desarrollo.
A medida que nuestras etapas se suceden, vamos tomando conciencia de nosotros mismos y de nuestras aptitudes, apartándonos naturalmente de nuestros educadores para participar activamente y potenciar nuestras cualidades.
Este ascender hacia lo alto, luego de que nuestra semilla rompió, requiere un esfuerzo si queremos abrir nuestras ramas al sol, y este desplegar lo otorga la voluntad, que a su vez la debemos de alimentar con los nutrientes de la constancia y la firmeza del querer ser, para que mane por nuestro interior la sabia de nuestra verdad y así recoger, al final de cada ciclo, los frutos de nuestra sabiduría.
A lo largo de esta historia contemplaremos cada acierto y cada error, elaborando así nuestro aprendizaje. De la misma forma que custodiamos nuestros principios debemos de estar atentos en no intervenir negativamente en el camino de otras individualidades.
El acierto personal, aquello que nos otorga paz y nos guía a través de caminos, es lo que cada uno de nosotros “piensa, siente y realiza a través de la experiencia coherente y constructiva”, sin dejar que las influencias externas nos condicionen.
La individualidad es la libertad de elegir nuestra propia vida y ser conscientes de nuestros propios actos, salvando todos los obstáculos con entereza y dedicación, ya que si nos guía nuestra convicción “real”, no existe la incertidumbre y todo “ser y estar” proviene claramente de nuestra propia verdad como persona.
La individualidad es la construcción que realizamos a lo largo de nuestra vida al encontrar en nosotros mismos parámetros únicos de realización.