Estrés, tipos y por qué se producen

Nos despertamos por las mañanas al ritmo del despertador que entre la vigilia y el sueño, nos está recordando que tenemos que prepararnos para un nuevo día, una nueva aventura, pero para muchos y cada vez más en esta sociedad, para una nueva batalla. Y cuando nos preguntan como estamos, sencillamente respondemos, con mucho estrés.

¿Qué es el estrés? ¿Cómo funciona? ¿Para qué sirve? ¿Qué provoca?

El estrés es sencillamente un mecanismo de supervivencia del organismo que se activa en los momentos en los que se precisa una reacción rápida. Si por diferentes circunstancias es necesario el enfrentamiento a una situación imprevista, nuestro cuerpo, al no estar preparado para ella de antemano, necesita un aporte de extra de energía.

Existe un modo biológico de crear esa energía y dirigirla en una dirección determinada: huir o atacar.

El mecanismo del estrés

Esta reacción biológica consta de tres fases diferenciadas:

  • Alarma: es el momento en que la situación imprevista se presenta ante nosotros. Se acelera el corazón y la respiración, disminuye la sudoración, se eriza el bello y se eleva la tensión arterial. Hay que bombear más sangre para la batalla. Si esta tensión se perpetúa se da paso a la segunda fase.
  • Resistencia: Se mantiene el estado de alarma pero más atenuado. Esta segunda fase puede llegar a durar meses, en cambio la primera, sólo dura horas al ser de una reacción profunda y de choque.
  • Recuperación: En un estado de estrés se gasta mucha energía y al no dar tiempo para que ésta se recupere, se llega al agotamiento. Para paliar ese cansancio se acostumbra a usar sustancias excitantes como el café, tabaco, azúcar y demás estimulantes. Para equilibrar ese estado de hiperactividad se suele utilizar el alcohol, que tiene un efecto contrario a los anteriores. En casos más extremos, es desgraciadamente habitual el uso de cocaína o éxtasis y sus polares tranquilizantes como el hachís o la marihuana.

Todos tenemos situaciones en la vida en que nos encontramos con la necesidad de poner en marcha un mecanismo de alerta. El problema surge cuando ese estado se perpetúa en el tiempo y se repite constantemente.

Orgánicamente se va debilitando el sistema cardiovascular, se altera el equilibrio de los líquidos del cuerpo, se puede producir gastritis, úlceras, colitis ulcerosa, colon irritable, hipertensión arterial, asma, artritis reumatoide, hipoglucemia, fatiga crónica, cuadros de ansiedad-depresión, etc.

Llega un momento en el que el organismo no puede soportar más ese estado del que no es capaz de salir. En ese momento es común entrar en una fase de pánico dónde se siente que ya no se puede más y exteriormente se traduce en una inseguridad.

Ansiedad

No estamos acostumbrados a sentir ni escuchar a nuestro cuerpo. Cuando entramos en una fase de estrés, la primera sensación es de miedo. En la sociedad actual estamos acostumbrados a no hacer consciente ese miedo porque sería equivalente a no poder con la vida, pero sí vivimos una tensión interna. Es una tensión que se produce en los momentos de actividad, de simpaticotonía, cuando hay fuerza para actuar, para luchar. Es una fuerza para defenderse del miedo, pero normalmente perpetuamos ese estado. A eso llamamos ansiedad.

No debe bastarnos con tratar el miedo, sino que tenemos que averiguar qué lo produce. El miedo provoca angustia. La ansiedad es una inquietud mental cuando sentimos que nos tenemos que defender y la angustia es la sensación corporal que nos provoca esa ansiedad. Se traduce en presión en la garganta, en el pecho, en nudo en el estómago…

Depresión

Si en la ansiedad hay un acúmulo de fuerza y energía para luchar, en la depresión el miedo no nos hace defendernos y enfrentarnos, sino que nos lleva al bloqueo. Se ralentiza el sistema nervioso simpático, las glándulas suprarrenales y el páncreas y se baja la energía como un intento de librarnos de ese miedo.

El cerebro siente tristeza y luego apatía. Nos sentimos abandonados y nos rendimos.

La ansiedad es la defensa activa ante el miedo. Es la perpetuación de un estado de defensa constante. La depresión es su polo opuesto, el otro extremo del mismo camino, es una rendición ante ese miedo que nos conduce a un sentimiento de desprotección, a la tristeza y a la pena.

En la ansiedad hemos activado el sistema nervioso simpático y en la depresión el parasimpático.

Eligiendo nuestro camino

Decimos en muchas ocasiones que la sociedad o la vida nos obligan a tener este tipo de actitudes, pero ¿realmente no somos nosotros quienes damos el permiso? Somos el portero que permite la entrada a habitantes indeseables creyendo que es la única manera de llenar una casa que creemos vacía.

Todos tenemos derecho a estar estresados, a estar nerviosos, a estar deprimidos, pero debemos ser conscientes de las necesidades reales y de las aparenciales. Tenemos que aprender a distinguir lo que queremos y lo que necesitamos, lo que nos hace vivir y de que nos hace sobrevivir.

Si la vida nos impone un ritmo vertiginoso al que nos cuesta adecuarnos, en nuestra mano está equilibrar esos momentos con otros que nos tranquilicen, con ejercicio físico, actividades relajantes… que nos hagan ver que no todo en la vida son prisas y carreras.

Deja un comentario